“-DORIO DE GADEX: En España reina siempre Felipe II”
(Ramón María del Valle Inclán. Luces de Bohemia)
Son cada vez más numerosas las voces entre historiadores, sociólogos y politicólogos que establecen un cierto paralelismo entre las calidades políticas de dos Estados que se reivindican así mismos como democráticos y de Derecho, como ocurre a día de hoy con los Estados Turco y Español, y que a todas luces comparten ciertamente un marcado déficit en cuanto a cultura y praxis políticas democráticas, así como algunas similitudes en sus respectivas experiencias históricas. Hace algunos años Pako Letamendia “Ortzi” definía ese déficit democrático estructural del Régimen Borbónico de 1978 como “El Síndrome Turco” y hace algunas semanas, el diputado por Esquerra Republicana Gabriel Rufián, en una entrevista a una cadena de televisión española, calificaba al Estado Español como “una democracia low cost, mucho más parecida a Turquía que a Bélgica”
Ciertos paralelismos históricos
Ambos Estados, son ciertamente la herencia de dos grandes imperios de la Edad Moderna que se repartieron el dominio del Mundo Mediterráneo durante dos siglos. Ambos Estados se han construido sometiendo violentamente bajo un poder central (la Monarquía Hispánica en el caso español y el Sultanato en el turco) a varios pueblos, hoy comunidades nacionales minorizadas o sin Estado propio: catalanes, vascos, gallegos…en el caso del Estado Español; kurdos, armenios…en el caso del Estado Turco. Ambos Estados perdieron la carrera de la acumulación capitalista y la industrialización en el siglo XIX, y por lo tanto en la expansión imperialista del último tercio de ese siglo, y pasaron a ser así tristes sombras residuales de las potencias que un día fueron. Y fue precisamente en este campo de cultivo de los perdedores del siglo XIX, donde nacieron y se desarrollaron ambos nacionalismos, el turco y el español. Dos nacionalismos que podríamos definir coloquialmente como “acomplejados”. De ahí precisamente su extraordinaria virulencia, su marcada tendencia al autoritarismo y su brutalidad estructural. Se trata también de dos “identidades imperiales” impulsadas principalmente con el apoyo de clases parasitarias de terratenientes y clérigos (católicos en el caso español y clérigos suníes en el caso turco). Dos identidades políticas, por otra parte, que se larvaron exactamente en el marco de un imaginario “choque de civilizaciones” -Cristiandad e Islam- perfectamente fabricado por las razones de Estado en los dos imperios, y que tuvo al Mediterráneo como escenario bélico en la segunda mitad del siglo XVI. Un Mediterráneo en guerra, y una cristianísima Europa dividida también (la de Cateau-Cambresis) como señala Elliot, “por el doble signo de la herejía y la bancarrota”.([1])
Dos identidades político-religiosas
Tanto en las Coronas de Aragón y de Castilla, que conformarían después la base de la Monarquía Hispánica, como en los territorios dominados por el Imperio Otomano, cristianos, musulmanes y judíos habían convivido durante mucho tiempo, y si bien es cierto que habían existido conflictos entre éstas comunidades de forma coyuntural, con más o menos gravedad, no fue hasta el ascenso de la monarquía autoritaria de los Reyes Católicos cuando se produjeron las primeras persecuciones religiosas de Estado. La expulsión de judíos y musulmanes de los territorios de la recién nacida “Monarquía Hispánica”, abre una nueva época desintegradora en la relación entre las distintas culturas mediterráneas. Felipe II dio un paso más en esta guerra prohibiendo a los moriscos andalusies hablar en su lengua y vestir según sus tradiciones. El resultado fue la rebelión morisca y una brutal represión de la población granadina morisca que acabó siendo dispersada en masa por los territorios de la Corona de Castilla. La Inquisición se encargó de purgar las últimas resistencias. Por su parte el alter ego musulmán del rey católico, el sultán Soliman I, declaró su guerra particular a sus súbditos cristianos: les gravó con nuevos impuestos, entre los que se encontraba la entrega de un hijo de cada cinco al ejército turco, como carne de cañón para las compañías de jenízaros, o el establecimiento del rapto de niños (devsirme) para nutrir a la infantería otomana.
Con estas expeditas medidas Felipe II y Soliman I lograron, sin embargo, construir los cimientos de una larga tradición identitaria político-religiosa, que acabaría uniendo patria y religión en un belicoso binomio. De hecho, ambos imperios se presentarían-incluso mucho después de haber desaparecido de facto-como los cancerberos únicos en sus respectivos universos culturales, los irreductibles guardianes de hierro de sus respectivas civilizaciones siempre en supuesto peligro. Las azules aguas mediterráneas fueron la base de alianzas y contraalianzas grotescas. El Rey Católico Felipe II se enfrentó militarmente al Cristianísimo Rey de Francia (como lo habían hecho ya su padre y su abuelo) incluso al mismísimo Papa. Pero de todo este batiburrillo coyuntural solo emergen al final dos grandes figuras inmarcesibles: Felipe II y Soliman I. De hecho ambos monarcas acabarían convirtiéndose, ya en los tiempos de decadencia de sus imperios, en los iconos de un “pasado glorioso” más imaginado que real.
Dos salidas autoritarias a la “crisis finiimperial”
El siglo XIX supondría, sin embargo, el final de facto de los dos poderosos imperios. Ninguno de los dos acertó a subirse al carro demoledor del proceso de desarrollo capitalista del ochocientos. También aquí hay paralelismos evidentes: la debilidad de las burguesías industriales turca y española y su subordinación a los intereses de las viejas clases dominantes del Sultanato y del Antiguo Régimen. Es decir, fundamentalmente a terratenientes y grandes comerciantes vinculados al tráfico en los imperios respectivos. Así, el rápido proceso de acumulación que se abre con el carbón y la máquina de vapor, y que se multiplica con el petróleo, la electricidad, los fertilizantes químicos y el aluminio, verdadera matriz del imperialismo en la Edad Contemporánea, tocó sólo de forma muy tangencial a los dos antiguos amos del Mediterráneo. Su derrota estaba así asegurada.
En efecto, en 1878 la Paz de San Stefano y sobre todo el Congreso de Berlín de ese mismo año sellaban el final de la hegemonía turca en Europa oriental. En 1898 es la Paz de París la que marca el final de la presencia colonial española en América y en el Pacífico. Fueron, sin duda, dos escenarios paralelos, percibidos como humillantes y vejatorios por importantes sectores sociales en las viejas metrópolis derrotadas. Fracaso y frustración que serían sentidos como tragedia inaceptable especialmente entre un sector de la oficialidad de los ejércitos turco y español, ya que (además de los ideales patrióticos que se presuponen en los oficiales de los ejércitos) la desaparición de las estructuras militares de ocupación colonial iba aparejada irremediablemente con la consunción de sus posibilidades de ascenso rápido en el escalafón militar, contingencias estas estrechamente vinculadas precisamente a sus destinos en las colonias imperiales que desaparecían entonces.
Así, tanto en el Sultanato como en la Monarquía Borbónica, esa oficialidad apesadumbrada con el irremediable declinar imperial, optó entonces por la rebelión militar: en Turquía con el golpe militar de Salónica en 1908 capitaneado por Enver Pacha (Movimiento de los Jóvenes Turcos) que debilitó considerablemente el poder del Sultán, y el dirigido por el general Mustafá Kemal en 1923, que dio la puntilla definitiva al sultanato. En el Estado Borbónico, también en 1923 el general Primo de Rivera sublevaba al ejército en Barcelona e instauraba una dictadura militar. Ambos golpes de Estado se autojustificaron precisamente como la única respuesta posible ante las derrotas ya consumadas de los dos viejos imperios. Las nuevas autoridades militares de Ankara y Madrid se comprometieron por igual a establecer programas de regeneración y modernización que sin embargo no pasaron (especialmente en el caso español) de ser una simple declaración de supuestas intenciones. ([2])
Hubo, es verdad, también diferencias apreciables entre las salidas autoritarias a las crisis imperiales otomana e hispánica: El golpe de Atatürk suponía el final definitivo del sultanato, y llevaba consigo todo un programa republicano, laicista y realmente modernizador. No es de extrañar que en los primeros tiempos del kemalismo sectores progresistas y democráticos europeos, incluso dirigentes bolcheviques como el mismo Trotski, vieran con ciertas simpatías al nuevo régimen de Ankara. Nada que ver en principio con el golpe de Estado dirigido por el marqués de Estella, que tuvo como objetivo principal la defensa de la Monarquía Borbónica y Católica Española. En efecto, la rebelión militar del general Primo de Rivera constituyó simplemente, un movimiento contrarrevolucionario de estilo clásico, tal y como lo describe perfectamente Pierre Vilar.([3]) Los militares españoles insurrectos en 1923 (a pesar de su inicial verborrea regeneracionista) se limitaron simplemente a apuntalar las viejas estructuras de poder económico, social y político, y a perseguir con saña al movimiento sindical, encarnado entonces principalmente por la CNT. Por otra parte, el hecho palmario de que la represión antisindical fuera el objetivo más evidente del Directorio Militar, le llevó a granjearse el apoyo estratégicamente vital de la burguesía catalana. Hay que recordar aquí, que en esas fechas Catalunya y Bizkaia representaban los únicos paisajes industriales complejos en el atrasado Estado Español, con una población entonces todavía mayoritariamente agraria.
Sea como fuere, lo años transcurridos desde 1878 a 1923 constituyen, para quienes fueron los amos indiscutibles del Mediterráneo entre los siglos XV y XVIII, el crisol donde se larvaron dos “nacionalismos acomplejados” construidos sobre la derrota.
Dos genocidios paralelos
En el caso español, ese nacionalismo del resentimiento estuvo a su vez alimentado por las severas derrotas que habían sufrido de manos de la resistencia popular bereber (Barranco del Lobo 1909 y Annual1921, entre otras con menor importancia militar) que sumieron a la oficialidad allí destinada en un estado de postergación sobre su capacidad real para consumar la nueva aventura colonial española en África. ¿Estaban ante un nuevo y definitivo 1898?.
Pero desde 1925 y después de la ofensiva franco-española de Alhucemas, la percepción de estos oficiales españoles destacados en África dio un giro de 180 grados. Bajo el gobierno militar de Primo de Rivera obtenían la primera victoria desde 1906. No importaba que tal victoria se hubiera obtenido con la intervención fundamental del ejército francés, sin la cual hubieran cosechado probablemente otra derrota más. Lo que el militarismo nacionalista español vendió entonces, y con notable éxito, tanto entre las unidades militares coloniales españolas, como en círculos políticos reaccionarios de la península, generalmente vinculados a la Iglesia Católica y a la Monarquía , es que la victoria colonial de Alhucemas estaba relacionada con la derrota del régimen parlamentario en la Metrópolis y al establecimiento de una dictadura militar. El apoyo desde los púlpitos a la Monarquía Borbónica y a su empresa africana resultó otra vez de gran utilidad, consolidando así la alianza estratégica que, con sus encuentros y desencuentros, Iglesia y Monarquía Liberal habían ido tejiendo cuidadosamente desde 1845 ([4])
Además, el nuevo gobierno militar borbónico dio luz verde a la práctica de atrocidades generalizadas contra la población rifeña. Era la hora de la venganza. Un genocidio que se había producido ya durante el régimen parlamentario anterior, pero que redobló su virulencia bajo la dictadura: Entre 1921 y 1927 la aviación española bombardeó con armas químicas a la población bereber de forma masiva. Pero fue desde septiembre 1923 cuando estas acciones genocidas contra los rifeños se incrementaron. Se utilizó iperita (gas mostaza) fosgeno, difosgeno, y clorociprina (todas ellas prohibidas por el Tratado de Versalles de 1919). El rey Alfonso XIII ordenó en 1922 construir la fábrica de armas químicas “La Marañosa" (Toledo) para sustituir así la importación que de estos productos se había efectuado hasta entonces desde Francia y Alemania. Los testimonios recogidos entonces por los supervivientes son realmente escalofriantes. ([5])
Es posible que ésta y otras prácticas similares del ejército español, fuera y dentro de la Península, llevaran a Valle-Inclán a escribir aquella descarnada sentencia: “el ejército español nunca ha malogrado la oportunidad de acuchillar descamisados” ([6]) De cualquier forma, el genocidio rifeño acabó por edificar los fundamentos esenciales de la más brutal manifestación del nacionalismo español: el Africanismo. Construido sobre un axioma paranoico que hacía de España un ente ejemplar y siempre en peligro, y con una conclusión terrible: el exterminio implacable del enemigo como la única defensa posible para la civilización occidental
En las mismas fechas el Estado Turco llevaba a cabo el genocidio armenio perpetrado entre 1915 y 1923, y llevado a cabo con premisas similares. Como el etnocidio de los bereberes del Rif contó con el silencio cómplice de la Europa imperialista, más preocupada entonces por defender el status político europeo de la Paz de París de 1919 que por otras cuestiones consideradas baladíes por los próceres de la débil democracia occidental. Además, por supuesto, de la necesidad perentoria de esconder sus propios crímenes de lesa humanidad ejecutados también impunemente en sus propias colonias. Además, la Revolución Rusa de octubre de 1917 y la reacción burguesa occidental ante los posibles escenarios históricos inéditos de ella derivados, había completado el cuadro de la coartada que escondían tamaños crímenes monstruosos. Por otra parte, en la Paz de Brest-Litovsk (1918) los representantes del Gobierno Obrero y Campesino ruso, habían introducido en el Derecho Internacional el concepto de “autodeterminación de los pueblos” La democracia había avanzado en Europa en los primeros años del periodo de Entreguerras en la forma de conquista de derechos sociales y políticos para las mayorías. Pero la reacción no se hizo esperar: llegó el fascismo.
La experiencia fascista.
La extensión de la peste fascista por la Europa de entreguerras afectó de forma directa al Estado Español con la rebelión militar de 1936 y la instauración paulatina, a través de una sangrienta Guerra Civil, de un Estado totalitario en la vieja metrópolis hispana. En 1939, terminada la guerra civil se estableció el Estado franquista que iba a calcar, en muchos aspectos, la experiencia italiana dirigida por Mussolini. Sin embargo, hay que señalar que la brutalidad de la represión franquista contra los distintos pueblos dominados por su dictadura no tiene parangón en la Italia fascista. El embajador italiano en Madrid el Conde Ciano, yerno de Mussolini, señalaba en una carta a su suegro en 1940, su preocupación por la envergadura de la represión en España, “y la cantidad de fusilamientos que se están produciendo después de la victoria de la revolución nacional, (sic) incluso en zonas donde nunca ha habido frente de guerra” ([7])
La magnitud del genocidio franquista, ciertamente sólo es comparable en Europa occidental con las atrocidades nazis cometidas entre 1933 y 1945. Baste recordar que a día de hoy, más de 170.000 víctimas de asesinatos extrajudiciales en tan cruenta experiencia histórica continúan desaparecidas, a las que habría que añadir las miles de víctimas de ejecuciones ordenadas por los consejos de guerra sumarísimos, a los que hacía referencia Galeazzo Ciano.
Ahora bien ¿cómo explicar la inaudita ferocidad criminal del franquismo contra la ciudadanía de su propio Estado? En primer lugar se hay que señalar, sin duda, al “africanismo militar” como factor determinante... Los oficiales que dirigieron la rebelión militar de 1936 (Franco, Mola, Yagüe, Queipo de LLano, Saenz de Buruaga..etc.) habían realizado su carrera militar fundamentalmente en el Protectorado, y eran ya verdaderos expertos en la guerra de exterminio contra la población civil.
La derrota del Eje en 1945 no alteró los planes de los cabecillas franquistas. A pesar de su complicidad manifiesta con las potencias fascistas derrotadas, la dictadura franquista sobrevivió, como es sabido, por su papel en los intereses geoestratégicos occidentales en la Guerra Fría. Así, este ejército español, impregnado hasta la médula de revanchismo colonial, de frustración militar y de deseos paranoicos de venganza, fue desde 1936 el principal soporte de la larga dictadura franquista, pero también se constituyó, desde la muerte de su generalísimo, en el agente principal de fiscalización de las líneas maestras jurídico-políticas de la III Restauración Borbónica y del Régimen de 1978.
Algo similar ocurrió también en Turquía. Las FFAA turcas ocuparon en la segunda mitad del siglo XX la primera línea de la Guerra Fría en el marco de una Europa dividida otra vez. El fantasma del “expansionismo soviético” fue la coartada entonces. Bajo la doctrina de “Seguridad Nacional” el ejército golpeó repetidas veces a la vida civil en el Estado Turco : en1960 el golpe de Cemal Gursel; en 1971 el "golpe del memorandum" que llevó al poder a un gobierno de tecnócratas ultra-conservadores bajo supervisión de las FFAA; en 1980 el golpe de rasgos claramente pro-fascistas dirigido por el general Kenan Evren. Durante este gobierno militar de Evren el ejército y la policía turcas desataron una feroz oleada represiva contra la izquierda, el movimiento sindical y los pueblos kurdo y armenio.
Los nacionalismos militares español y turco hacia el final de la Guerra Fría.
El régimen militar de Evren tuvo, en efecto, rasgos típicos de los gobiernos de orientación fascista clásicos. Este golpe de 1980, dicho sea de paso, llegó a inspirar, según algunos autores, varias de las conspiraciones militares que tuvieron lugar en el Reino de España a comienzos de la década de los años 80. Alguna de las varias tramas golpistas que se sucedieron en aquellos primeros años del Régimen de 1978, ciertamente convulsos en los cuarteles, contaba con el beneplácito, incluso con la participación activa de la Casa Real Borbón, según estos estudios. En un trabajo realizado por los periodistas Jose Luis Celada y Juan Morales, y editado por la Editorial Revolución, se recoge un cuadro de noticias y de declaraciones de dirigentes políticos de los principales partidos del Régimen (PCE, PSOE, UCD y AP) en vísperas de la asonada militar del 23 F. Se trata de una sucesión de hechos y manifestaciones individuales de algunos de estos destacados responsables políticos, aparecidos en la prensa y aparentemente inconexos, pero que los autores del libro rescatan y les dan coherencia a la luz de los acontecimientos del 23 de febrero de 1981([8]) Por su parte la revista “Servir al Pueblo” del Movimiento Comunista (MC) organización a la que también estaba vinculada la Ed, Revolución, llevaba en la primera página de uno de sus números de principios de 1982, la noticia de un nuevo “ruido de sables” y lo hacía con el significativo encabezamiento de: ¿Militares a la Turca?
En 1997 tuvo lugar en Ankara el golpe de Estado denominado “postmoderno” Golpe de inspiración kemalista contra el primer ministro islamista Necmettin Erbakan. Fue, en realidad, una victoria pírrica contra el islamismo, porque podríamos decir también que aquí comenzó precisamente el ocaso del kemalismo. El nacionalismo militar turco, que, como ya hemos señalado fue, a diferencia del español, fundamentalmente laicista, parece haber perdido desde esa fecha la batalla contra el islamismo en ascenso también en Turquía, como en casi todo el mundo musulmán. Después de un siglo de kemalismo, el sentimiento identitario otomano vuelve así a sus orígenes político-religiosos. Islamismo y nacionalismo turco parecen caminar abrazados finalmente. Ese parece haber sido el éxito principal de Recep Tayyin Erdogan: reconciliar dos identidades (la nacionalista y la islámica) enfrentadas durante un siglo.
En esta empresa ha jugado un papel importante la extraña intentona golpista de julio de 2016, considerada por varios actores políticos turcos como una simple farsa organizada por el propio Erdogan para apuntalar su poder autoritario. Un nuevo e inquietante paralelismo histórico surge aquí: no podemos dejar de recordar, en este sentido, que la intentona militar del 23 F de 1981 fue interpretada también como un “autogolpe” y una “farsa” por varias fuerzas políticas disidentes con la Restauración Borbónica. Autogolpe destinado a reconducir la evolución política del Reino por senderos más autoritarios y centralizadores. Sin entrar en un debate todavía espinoso (esperando a una desclasificación de documentos secretos que se debería haber realizado hace años) podemos, sin embargo, concluir que efectivamente el intento de golpe del 23 F terminó en una reconducción centralizadora (con la LOAPA) de las líneas básicas en la estructura del autonómica Estado, pactadas previamente entre 1977 y 1978 por las fuerzas políticas “restauradoras” por una parte, y en una orgía represiva, por otra, en la que policía y Guardia Civil desataron una ofensiva contra la disidencia y la insurgencia políticas (especialmente en Euskal Herria) con cientos de detenidos en unos meses, la mayoría de los cuales denunciaron haber sufrido torturas.
Dos nacionalismos autoritarios en el siglo XXI.
Los Estados Español y Turco padecen todavía, en este primer cuarto del siglo XXI, síntomas inequívocos de esa enfermedad política que hemos definido aquí como “síndrome turco” si bien, es cierto, que los ciudadanos turcos u otros cualesquiera pueden nominar legítimamente a su vez cómo “síndrome español”:
La incapacidad absoluta para resolver por vías pacíficas y democráticas los conflictos multiseculares con las naciones minorizadas y administradas por estos dos Estados; su tendencia a un autoritarismo congénito, con influyentes herencias de regímenes militares totalitarios; una cosmovisión de absolutos que hace de la protesta social y de la discrepancia política una mera cuestión de orden público y de subversión; una corrupción enquistada también de forma multisecular que aparece ya como inserta en la misma naturaleza de ambos Estados; un corpus identitario político-religioso que hace de la fe, del Estado, y del orden social y político existente, un mismo sujeto.([9])
En efecto, tanto Mariano Rajoy y el PP, cómo Recep Tayyin Erdogan y el AKP, han sabido restablecer las viejas complicidades entre el trono y el altar. Si bien nunca rotas en el caso del Estado Borbónico, sí un poco deterioradas coyunturalmente durante las dos legislaturas de los gobiernos de Zapatero.
Así, y aunque parezca una simple ficción de pesadilla, los europeos del siglo XXI han podido saber que una ley de educación española como la LOMCE restablecía como asignatura evaluable la Religión Católica, en un Estado que se presenta a sí mismo, y sin ningún pudor, como aconfesional y democrático; cómo esta iglesia ostenta hoy mediante el sistema de conciertos educativos, un aparato de adoctrinamiento masivo subvencionado por la totalidad de la ciudadanía; cómo la Iglesia Católica Española mantiene en el Estado Borbónico, y por lo tanto en una región de la Europa de la Unión, unos privilegios fiscales heredados del “Ancien Régime” y que suponen escamotear millones de euros al erario público; cómo un cardenal español (el obispo Cañizares) reza rosarios públicos contra el derecho a decidir de Catalunya, violando de esta manera flagrante la conciencia política de los ciudadanos católicos catalanes; como los media de esta iglesia nacional-católica incitan continuamente al odio contra toda forma de pensar y de vivir que disida mínimamente contra sus verdades políticas, o sea contra su integrismo programático. Nada distinto, en esencia, al programa integrista islámico del AKP y de su cabecilla Erdogan.
Rajoy y Erdogan no son sino los productos nefastos de herencias gravosas y de pesados lastres de dos sociedades, la española y la turca, que no han sido aun capaces de barrerlos definitivamente. Y ciertamente, españoles y turcos, continúan siendo prisioneros de ellas, de sus complejos, y de sus demonios. De un síndrome que les impide aun aceptar el pasado tal cual fue, y que les dificulta encarar definitivamente el presente tal cual debe ser.
Carlos Sánchez Vicente.
Eraikuntza. (grupo vasco de historiadores socialistas)
[1] Elliot. J,H. La Europa Dividida (1559-1598) Madrid 1973.
[2] El general Primo de Rivera hacía público el 13 de septiembre un manifiesto en el que exponía las razones del golpe militar y que comenzaba con estas palabras: ”Al país y al ejército españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando a la Patria no ven para ella otra solución que libertarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron en el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso” Por su parte el “Movimiento de los Jóvenes Turcos” que inspirara los golpes de Pacha y de Mustafá Kemal “Atatürk” repudiaba las cláusulas de San Stéfano y del Congreso de Berlin y presumía, en principio, de no reconocerlas.
[3] Vilar, P. Historia de España. Barcelona.1978
[4] Como señala Raymond Carr, entre otros varios hispanistas, “La Iglesia Católica Española fue el ariete de la reacción absolutista durante todo el proceso de construcción del Estado Liberal Español en el siglo XIX”. (Carr, R. 1966) Si bien la Iglesia acabó por acomodarse perfectamente en la cima de las estructuras del nuevo Estado. Aunque el proceso de desamortización eclesiástica erosionó en parte las relaciones de la Iglesia con el Estado Borbónico, los vínculos y complicidades de la casta episcopal con una oligarquía que se había beneficiado sin miramientos de este proceso desamortizador y con la Monarquía que la sustentaba no sufrieron finalmente menoscabo alguno. Al contrario, a pesar de que la desamortización eclesiástica constituyó como apunta Jordi Nadal “el epicentro mismo de las luchas ideológicas en el ochocientos” (Nadal, J. 1975) y aparte de algunos anatemas provisionales y sin efecto final alguno para los compradores de bienes raíces desamortizados, tales vínculos no hicieron sino fortalecerse a lo largo del ochocientos y durante el siglo pasado.
[5] . Son numerosos los testimonios del genocidio bereber perpetrado por el ejército español en el Rif, y publicados en distintos medios. Y aun así no se ha abierto hasta hoy una investigación judicial al respecto, ni siquiera para establecer responsabilidades políticas. Ramón J. Sénder, testigo en primera línea de estas atrocidades, las narra en su novela: Imán publicada en 1930, basada en sus observaciones como soldado en la Guerra del Rif. En 2007 Esquerra Republicana de Catalunya presentó una proposición no de ley para que el gobierno español reconociera formalmente estos hechos e indemnizara a las víctimas y a sus familiares vivos. La proposición fue rechazada con los votos de dos partidos dinásticos (PP y PSOE)
[6] Ramón María del Valle-Inclán: La Corte de los Milagros. Madrid 1927.
[7] Marijuán, Javier: Cipriano Mera. Madrid. 1995.
[8] Morales, J.L. y Celada, J. La Alternativa Militar. El Golpismo después de Franco. Madrid 1981.
[9] Taibo, C. (dir) Nacionalismo Español, Esencias Memoria e Instituciones. Madrid 2007.