¿Para qué sirve la revolución? Una reflexión feminista

MUJERES REVOLUCIONARIAS
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Un ejemplo de la búsqueda de La revolución es la vida del Che Guevara. El Che salió de Argentina a los 23 años buscándose a sí mismo, como señala Cintio Vitier en la introducción a las Notas de Viaje publicadas por el Centro Latinoamericano Che Guevara, y que han dado lugar a la película “Diarios de motocicleta”. Ese viaje lo cambió más de lo que pensaba y le permitió comprender que los cambios sustanciales no se pueden hacer de manera individual. El cambio debería ser social, colectivo, y en este proceso, lo económico no era, de ninguna manera, lo único importante. Una constante en los escritos del Che es la búsqueda de una nueva sociedad, con unos valores y una ética totalmente antagónica con los valores de la sociedad capitalista patriarcal. La sociedad de la revolución tendría hombres y mujeres libres y estaría muy alejada del egoísmo, la competencia, el individualismo y la alienación en la que, hoy por hoy, estamos todos inmersos.

¿Qué significa decir que para la revolución, lo económico no es lo más importante? Significa que el tener las necesidades básicas cubiertas no es, de ninguna manera, un objetivo suficiente. Comer, tener ropa, un techo, son cuestiones esenciales sin las que es imposible sobrevivir y el ser humano ha venido luchando para conseguirlas desde el inicio de la humanidad. Con el transcurso de los siglos y el desarrollo de las fuerzas productivas, tener acceso a un medicamento cuando uno está enfermo y poder leer y escribir se ha convertido en una necesidad básica. Pero una vez conseguidas estas necesidades básicas, las mujeres y los hombres concientes de nuestra alienación, insatisfechos con unas relaciones sociales competitivas y violentas, nos embarcamos en algún momento de nuestras vidas en la lucha por el cambio revolucionario.

Esto, que parece algo muy sencillo, no está tan claro para muchas opciones políticas. Las concepciones economicistas levantadas en los países capitalistas y en los de socialismo real, solamente se han preocupado por el desarrollo de las fuerzas productivas. El Che, como representante de una generación disconforme con un modelo de vida y comprometido con el cambio, hizo mucho hincapié en estas cuestiones. De ahí, su continua mención a la necesidad del “hombre nuevo” (que no “mujer nueva”), que nacería de un proceso de cambios objetivos (la situación económica y política) y objetivos (un práctica coherente con valores y principios éticos nuevos). En el transcurso de su corta experiencia revolucionaria, el Che intentó ser coherente con unos principios escasamente enunciados y debatidos.

En su articulo “El Che Guevara y el hombre nuevo”, Nestor Kohan reflexiona sobre este tema y aparece fascinado con el pensamiento guevariano que continuamente relaciona la teoría con la práctica y su preocupación por conseguir que la actitud individual sea parte de una actitud colectiva. ¿Esto cómo se hace? ¿Es posible?, se pregunta Kohan por boca de El Che.

En mi opinión, una dificultad fundamental para encontrar respuesta a estas preguntas radica en no visualizar la importancia del patriarcado en el sistema capitalista. Las juventudes de los años 60 y 70, hambrientas de cambio radical, revolucionario, atribuían al capitalismo y la ideología burguesa todos los males y creían ingenuamente en que la socialización de los medios de producción produciría automáticamente un ser humano libre, creativo, solidario. El Che, al igual que todos los militantes comprometidos con el cambio revolucionario, muy pronto se dio cuenta de que eso sólo no servía. Ahí se puso a buscar desesperadamente la fórmula, los criterios, señalando la importancia del trabajo desinteresado, la educación, la capacidad creativa, la organización, la rebeldía...

Kohan, un estudioso de Guevara, rescata la necesidad de la creación de una nueva conciencia y una nueva subjetividad para hacer los cambios y concluye que la tarea es “entregarse por completo a la lucha revolucionaria, abrir caminos, dar ejemplo e iniciar formas lo más creativas posibles”. Una propuesta que ignora que la lucha no será realmente revolucionaria si el espacio de los vínculos, las relaciones afectivas, los cuidados, en definitiva, la reproducción de la vida (1), sigue subordinado al espacio de la política y la producción (2), y con ello se mantiene la división sexual del trabajo, la heterosexualidad obligatoria y en consecuencia, la opresión de las mujeres. Una denuncia que venimos haciendo desde esa “praxis” tan querida para el Che y a la que el feminismo incorporó teoría revolucionaria.

Podemos disculpar al Che por no haber incorporado el antipatriarcado ni en su teoría ni en su práctica. Menos excusas tienen los aspirantes a revolucionarios de hoy. La abundante literatura producida por las teóricas feministas y los reclamos de las mujeres de a pie en cualquier hogar, relación de pareja, organización política, etc., debería ser suficiente para aceptar que la revolución es al mismo tiempo, un proceso colectivo e individual, en una relación dialéctica que necesita de ambos espacios para realizarse.

No es suficiente pedir la igualdad entre géneros en la calle, hay que aplicarse el cuento puertas adentro. Tampoco es válido sostener que la lucha feminista es un problema de las mujeres y funcionar como un peso muerto que se interpone en todos los esfuerzos de las mujeres por terminar con la cuarta jornada. La praxis del revolucionario pasa en incorporar en su vida una práctica antipatriarcal real, que se empieza asumiendo la corresponsabilidad en el espacio doméstico y continúa por dar su justo valor al trabajo no remunerado que realizamos mayoritariamente las mujeres y representa las dos terceras partes de todo el trabajo realizado en el mundo (3). Algo de todo esto debería ser suficiente para, al menos, despertar el gusanillo de la reflexión.

Pero no se por qué se me ocurre que no caerá esa breva...



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Notas:

(1)El patriarcado como sistema de dominación masculina, ha colocado a la mujer en un lugar idealizado o subordinado –santa o puta–, pero sujeto en menos, menos persona, menos igual, y menos digna de acceder a "lo importante" […] la condena a ser sujeto de menos derechos, a estar excluida de las cosas "serias" y destinada a funciones menos "importantes". Y lo doméstico es una de esas cosas poco importantes. Véase “Los varones hacia la paridad en lo doméstico. Discursos sociales y prácticas masculinas”. Luis Bonino Méndez.

(2)Asimismo, el patriarcado ha colocado solamente a los varones como sujetos de la historia: iguales entre sí, dignos de ser protagonistas, sujetos en más, importantes y destinados a lo importante, entendiéndose como “importante”, la política, la guerra o la economía. Véase “Los varones hacia la paridad en lo doméstico. Discursos sociales y prácticas masculinas”. Luis Bonino Méndez.

(3)Cuando se habla de trabajo y desempleo “sólo se contempla el reparto de una parte del trabajo, el que está en el mercado y se intercambia por un salario: el empleo. Así se dejan fuera del debate todas las formas de trabajo que no se encuentran dentro del mercado laboral, de las que la más importante es el trabajo familiar. Esto contribuye a la invisibilidad de millones de horas de trabajo gratuito realizado por las mujeres, a pesar de que este trabajo es fundamental para el funcionamiento de la economía y de la sociedad.” Véase el artículo de Sira del Río publicado en La Haine “Reparto del trabajo, no sólo del empleo”.