George Sand y otras mujeres del 48

MUJERES REVOLUCIONARIAS
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Después de permanecer durante mucho tiempo bastante olvidada (era liquidada con unas cuantas líneas en los manuales), su obra conoció una recuperación y hoy es reconocida como una “clásica” de la literatura aunque no figure entre los indiscutibles. Su talla de novelista fue y sigue siendo no obstante, motivo de una continua controversia. Uno de sus denostadores, Charles Baudelaire dijo sobre ella: “Esa mujer Sand es el Proudhome de la inmoralidad. Siempre ha sido una moralista. Sólo que antes hacía la contramoral. Por eso, no ha sido nunca una artista. Tiene el famoso estilo fluido, caro a los burgueses. Es necia, es pesada, es verbosa; en las ideas morales tiene la misma profundidad de juicio y la misma delicadeza de sentimiento que las porteras y las mujeres mantenidas. Lo que dice de su madre...Lo que dice de la poesía... Su amor por los obreros... Que algunos hombres hayan podido encapricharse por esa letrina, es buena prueba del envilecimiento de los hombres de este siglo”. Sin embargo, cosas muy diferentes dijeron, entre otros, Honoré de Balzac (“es generosa, bondadosa... Posee un corazón hermoso y un alma bella, pero ésta es el alma de una mujer, no la de un hombre, como ella trata de creerlo...), Marcel Proust (“...su prosa respira siempre bondad y distinción moral”). Por su parte, Gustavo Flaubert diría: “Perdurará como uno de los esplendores de Francia y su gloria jamás será igualada".

Con más perspectivas y más circunspecto, su biógrafo, el conservador André Maurois, se refiere a algunas de sus novelas escritas “para pagar las cuentas de su panadero» que no valen gran cosa, pero, dice: “abrid la Histoire de ma vie, la Correspondence, las Lettres d' un Voyageur, los Journaux Intimes. Allí es igual a los mejores”.

En el momento de valorar su aportación al feminismo y al socialismo la discusión no es tan polivalente. Como mujer comprometida, George Sand, fue lo que más tarde se llamaría una «compañera de ruta» en su acepción más noble, mientras que su feminismo fue bastante moderado -si lo comparamos con el de Flora Tristán o el de Fourier a los que se negó rotundamente a ayudar en momentos delicados-, aunque no por eso dejó de tener una influencia muy superior al de otras feministas de su época hasta el punto que llegó a ser algo así como la personificación de la mujer emancipada. Por lo demás, en el terreno político, influyó en los acontecimientos de 1848, donde jugó un importante papel. La fama de George Sand sobrepasó la frontera francesa convirtiéndose en un auténtico mito.

En 1847, la feminista y radical norteamericana Margaret Fuller (1810-1850) fue expresamente a París para conocerla. Margaret intervino en la revolución de 1848 y en el movimiento de liberación de Italia, aunque Margaret fue también influenciada por el sansimonismo y escribió una obra clásica del feminismo, Women in the Nineteenh Century y fue mucho más allá que George Sand en esta cuestión, ya que no sólo puso en cuestión el sistema de propiedad sino que lo hizo también con las relaciones sexuales humanas. En el terreno político, trabajó por la independencia de Italia junto con Manzini, y huyó con él después de la toma de Roma por la reacción en 1849. No esperaba nada de los hombres, medio siglo antes de Emma Goldman estaba persuadida de que la emancipación de la mujer dependería fundamentalmente de estas mismas.

George Sand nació el año 1804 en Nohant (Berry), en el seno de una familia que sintetizaba dos clases sociales: la aristocracia y la burguesía. Su padre, era poco menos que nieto del Mariscal de Saxe, uno de los grandes de Francia. Pero a pesar de sus orígenes, el señor Dupin simpatizó con la Gran Revolución. Su madre era una burguesa parisiense que había tomado parte en los acontecimientos revolucionarios. Huérfana de padre a los 4 años, su madre accedió a que fuera educada por su abuela que le legó el título de “castellana de Nohant” cuando tenía trece años. Con esta edad Aurora entraría a estudiar en el Convento de las Agustinas Inglesas de París, de donde salió siendo una cristiana convencida lo que no fue obstáculo para sus inclinaciones jacobinas. Esto que quizá puede parecer un despropósito no lo era para ella que creía que Cristo había sido “el primer comunista”.

En 1820 regresó a Nohant y no tardó en hacerse famosa en el lugar por su comportamiento con su indumentaria masculina, sus aficiones a montar a caballo y a fumar puros habanos, etc. Esta imagen travestida la acompañó durante toda su vida ante la indignación: "de la sociedad bienpensante y de algunos de sus amigos conservadores como Balzac. Su insolente rebeldía, su capacidad para tutear a los hombres más célebres de su tiempo dio lugar a la creación de un ismo, el “georgedandismo”, con el que se tratará durante mucho tiempo a las mujeres de vanguardia, y que, por citar un ejemplo, se adjudicara a Alejandra Kollontaï por los sectores más estrechos y puritanos del bolchevismo cuando ésta presidía la Oposición Obrera.

Esta imagen de mujer mundana ocultaría otras realidades más profundas de George: “...un instinto de poderosa queja y reproche que Dios había puesto en mí. Dios nunca hace nada inútil, ni siquiera los seres más insignificantes y que intervienen tanto en las causas más pequeñas como en las grandes. Pero, ¿es qué la causa que yo defendía era acaso tan pequeña? Es la mitad del género humano, es la del todo el género humano, pues la desgracia de la mujer supone también la del hombre, como la del esclavo etiope la del amo, como yo he tratado de mostrar en Indiana.

Dos años más tarde de su regreso, siendo por lo tanto todavía una muchacha, contrajo nupcias con el barón de Dildevant, coronel retirado del que se separará en 1831. Aurora no soportaba el dominio de un hombre mediocre, borracho y mujeriego, ni aceptaba los convencionalismos de su época; así no tarda por su cuenta en conquistar un amante propio e iniciar su activa vida de mujer libre y sin prejuicios. No estaba de acuerdo en que tuvieran que existir dos parámetros diferentes, uno para el hombre, el marido, que podía ser impertinente cualquier cosa, y otro para la mujer que debía de soportarlo todo. A ellas, dirá años más tarde: “...se las maltrata; se las reprocha el idiotismo al que se le condena; se desprecia su ignorancia, en la amistad conyugal, como a criadas. No se las ama, se las utiliza, se las explota y se espera así sujetarlas a la ley de la fidelidad”.

Contra los que utilizan los preceptos cristianos para criticarla, responde invirtiendo los criterios de la Iglesia: el auténtico pecado estribaba por el contrario en la falta de amor y de sinceridad y ella estaba persuadida de que su corazón no podía equivocarse. Aurore Dupin empezó su copiosa carra literaria durante los primeros años de su matrimonio, según parece por exigencias temperamentales. En octubre de 1829: escribió La marraine, que se publicará después de su muerte. Luego comenzará a escribir en Le Figaro y publicará un cuento y una novela en cooperación con Jules Sandeu, uno de sus primeros amantes. Su primera novela famosa será Indiana publicada en 1832 que se convertirá en un escándalo ya que presenta a una mujer de «pasiones reprimidas, o, si se prefiere, suprimidas por las leyes». George fue criticada por sus «excesos» y por sus «imprudentes ataques contra la institución del matrimonio» ya que en ella el amor y las normas de la civilización aparecen como elementos contradictorios.

Diez años más tarde de su edición, en un prólogo que intenta quitar hierro al asunto, dirá que ha escrito la novela diciendo: “...Los que han leído sin perversión comprenden que he escrito Indiana con el sentimiento no razonado, es verdad, pero profundo y legítimo de la injusticia y de la barbarie de las leyes que todavía rigen la existencia de la mujer en el matrimonio, en la familia y en la sociedad. Yo no pretendí hacer un tratado de jurisprudencia, sino luchar contra la opinión, pues ella es la que retrasa o prepara las mejoras sociales. La guerra será larga y dura; pero yo no soy la primera ni la última campeona de una bella causa, y la defenderé mientras me quede un soplo de vida”.

Producto de este poderoso aliento feminista será su siguiente obra, Lelia, considerada unánimemente por la crítica como una de las mejores entre las suyas. Sobre ella diría Saint Beuve: “...El grueso público que pide una novela cualquiera al gabinete de lectura se desarrollará con ésta. Pero la clasificará a usted muy alto entre todos aquellos que sólo ven en la novela una forma más viva de los pensamientos eternos y humanos...Ser mujer, tener menos de treinta años y que en la apariencia exterior no se vea que se han sondeado tales abismos; llevar esa ciencia que, no se vea a nosotros, nos desbarataría las sienes y nos blanquearía los cabellos -llevarla con ligereza, holgura y sobriedad de discurso-, he ahí lo que ante todo admiro... En verdad, señora, es usted una naturaleza muy extraña y fuerte...”

También fue una de las más sinceras desde el punto de vista autobiográfico “Yo soy Lelia”, dirá en una carta: “Llegarás por medio de este libro al fondo de mi alma», en otra). La escabrosidad de la historia la obligará a claudicar ante la «opinión pública” y años más tarde la rehacerá quitándole no poco de su fuerza original. La historia de Lelia es la de una mujer siempre insatisfecha, a la que ningún amante logra complacer. Al principio del libro la protagonista se interroga: “¿Quién eres tú? ¿y por qué tu amor hace tanto daño? Debe de haber en ti algún misterio desconocido de los hombres?” Se trata de que el «amor del alma lo puedo inspirar y compartir, pero el otro (el de los sentidos) no ha sido hecho para mí; o más bien, yo no he sido hecha para experimentarlo». Se compara con una piedra y sufre por una condición con la que no logra disfrutar. Algunos historiadores -obsérvese que Mourois utiliza el nombre de Lelia como equivalente de la vida de George Sand- han visto en esta obra la clave de la prodigalidad amorosa de su autora, aunque las opiniones de sus amantes al respecto resultan contradictorias: para unos era una mujer fría, para otros era fogosa. No ha faltado especialistas que han visto detrás de esta situación de George Sand un sentimiento latente de homosexualidad.

Mientras que en sus concepciones socialistas, George Sand fue bastante influenciada por los diversos hombres y por las corrientes de izquierda de su tiempo que trató, su feminismo aparece como mucho más personal, como una actitud más derivada de su experiencia particular, aunque no hay duda que no fue ajena a las ideas feministas de fourieristas y sansimonianos, en particular de estos últimos con los ,que estuvo muy ligada a través de Pierre Leroux. Aunque fue intransigente;.con el punto de los derechos individuales -los que más le competían-, su moderación es evidente cuando afirma que las funciones públicas eran incompatibles con los deberes de la maternidad. Creía que las mujeres deberían de tener una educación similar a la de los hombres, pero confiaba en que el “corazón femenino seguirá siendo el refugio del amor, de la abnegación, de la paciencia y la misericordia». Su tradicionalismo cristiano le lleva a decir en cierta ocasión que es la mujer «quien debe salvar, en medio de pasiones groseras, el espíritu cristiano de caridad. Muy desventurado sería un mundo en el que la mujer no continuase desempeñando ese papel». Mary Wollstonecraft pensaba ya en su tiempo que se trataba de justicia y no de caridad.

Sus concepciones cobran un brillo mucho más reluciente cuando se trata del amor y del matrimonio, a los que no les ve salida «sin echar abajo la sociedad para volverla a moldear enteramente». Esta sociedad que quiere transformar, está repleta de iniquidades y la principal de todas es, a su modo de ver, la servidumbre de la mujer: “...yo no puedo aconsejar a nadie, escribe, que contraiga un matrimonio sancionado por la ley civil, la cual continúa apoyando la dependencia, inferioridad y nulidad social de la mujer. He estado diez años reflexionando sobre este asunto y después de preguntarme por qué todos los amores de este mundo, tanto sí estaban legitimados por la sociedad como si no lo estaban, eran más o menos desgraciados cualesquiera que fueran las cualidades y virtudes de las almas unidas de esta forma, me convenció de que eran la felicidad perfecta o el amor ideal en condiciones de desigualdad, inferioridad y dependencia de un sexo del otro. Tanto si es por ley, como si es por la moralidad generalmente reconocida, como si es a causa de la opinión o de los prejuicios, el hecho es que la mujer que se ha entregado a un hombre, o bien es condenada, o bien se la considera culpable».

A su manera y desde las posibilidades que le ofrece su fama creciente, George Sand llevará individualmente una continua batalla por el fin de 'todas las leyes que castigan unilateralmente a la mujer como adúltera y aboga por una entera libertad en las relaciones entre los sexos. Libertad que ella pondrá en la práctica con una valentía absolutamente inusual en su época. “Utiliza a sus amantes como si fuesen pedazos de tiza, (...) garabatea en el pizarrón de sus vidas y, cuando se cansa de ellos, hace polvo la tiza bajo sus pies», dijo en cierta ocasión con encono su deslenguada amiga, la condesa de Marie d'Agoillt que también fue amante de Liszt y Chopin. Amantes de George Sand fueron, aparte de estos dos, Alfred de Musset, Prosper Marimée y otros menos conocidos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez (Para Kaos en la Red) [05.01.2007